19 de Septiembre de 2013
Día tres. Indispensable llegar pronto a Topkapi porque queremos visitarlo tranquilamente y evitar las aglomeraciones en la medida de lo posible. Hemos decidido tomarnos todo el tiempo que sea necesario para disfrutar a fondo de esta joya de la arquitectura.
El Palacio Topkapi, la mítica residencia de los sultanes otomanos, comenzó a construirse cinco años después de la Conquista de Constantinopla por el monarca Mehmed II. Su situación, entre el Mar de Mármara y el Cuerno de Oro le otorga unas vistas increíbles desde cualquier punto.
Se encuentra en el interior del Parke Gülhane, al que se accede por la Puerta Imperial, custodiada 24 horas por soldados fuertemente armados. Las taquillas se ubican tras la Puerta de la Acogida. Atravesándola se entra en el denominado Segundo Patio.
Puerta de la Acogida
A la izquierda se encuentra la entrada al harén, a la derecha el enorme edificio perteneciente a las cocinas y en el fondo del patio otra puerta, la de la Felecidad. Frente a ella el sultán entregaba los estandartes de batalla a los generales antes de la campaña.
Puerta de la Felicidad
En el Tercer Patio, cuya entrada se permitía sólo a la cúpula del Gobierno hallaos dos edificios de suma importancia: el Salón de la Audiencia, donde el sultán y el gran visir discutían los problemas de Estado, y la Biblioteca de Ahmed III, un hermoso edificio de mármol blanco que guardaba la colección personal de este sultán, más interesado en la lectura que en los asuntos de Gobierno.
Biblioteca de Ahmed III
A continuación pasamos a la zona cuyo acceso se limitaba a la familia del sultán y aquellos a los que ellos expresamente invitaran. Se conoce como el Cuarto Patio.
Cuarto patio
En él podrás ver las estancias más hermosas del palacio, como el Pabellón Bagdad y su maravilloso estanque.
Pabellón de Bagdad
En este patio se halla una pagoda dorada con vistas al Bósforo, lugar en el que el sultán y la sultana desayunaban antes de la salida del sol en el mes de Ramadán. Como el calendario islámico se basa en la luna, la pagoda está situada para que durante ese mes la luna se asome en el fondo.
Pagoda de los sultanes
La entrada al harén se vende por separado (pero está incluida en la Musseum Pass). Ya llevamos casi cuatro horas desde que entramos en torno a las 9:00, por lo que una marabunta de turistas está comenzando su visita y agolpándose en la entrada.
El harén es la zona más misteriosa del palacio. En árabe significa “lo prohibido”, y es que a esta zona sólo podía acceder la familia del sultán y la legión de eunucos que la guardaban. En algunos países como la China Imperial el harén era el simple juguete del emperador. Sin embargo, en el Imperio Otomano tenía un significado mucho más profundo: era el epicentro máximo del poder imperial.
Entrada al harén
El sultán podía desposar a cuatro mujeres, pero él sólo podía elegir a una. Las otras eran escogidas por su madre, el gran visir y el consejo de la cúpula militar. Algo que poca gente sabe es que existía una ley que permitía a la mujer negarse a casarse con el monarca, pero hay muy pocos ejemplos de mujeres que se acogieran a ella, puesto que ser la madre del futuro sultán acarreaba un enorme poder y riqueza.
Tras un gran pasillo preparado para la entrada de caballos se encuentra la residencia de los eunucos, unos personajes del todo curiosos, ya que su presencia en el harén les fue dando poder hasta llegar al punto de poner y quitar sultanes a su antojo.
A continuación está la casa de la madre del sultán y su enorme patio, los aposentos de los diferentes sultanes y la casa de la “favorita” del rey, esto es, la que él eligió.
De todas las habitaciones la que más me llama la atención es una sala de lectura construida por orden de Ahmed I. El sultán solía encerrarse en este lugar durante horas, prohibiendo expresamente que le molestaran.
Sala de lectura de Ahmed I
La visita nos ha llevado unas cinco horas. Ya es momento de comer y estamos hambrientos. Nada más salir decidimos parar en un restaurante en frente de Santa Sofía donde comemos unos riquísimos dürum. En un lateral el panadero del restaurante amasa para el día delante de todos los curiosos.
Ya sólo nos queda medio día y tres lugares más por visitar. El primero de ellos es yerebatan sarnıcı, la cisterna de la basílica. Su entrada se encuentra a un lado de la Plaza de Sultanahmet. Se trataba en época bizantina de las reservas de agua de la ciudad, construida en el año 532 para no depender exclusivamente del Acueducto de Valente, muy vulnerable a los asedios.
Cisterna de la Basílica
La cisterna no es ni mucho menos una represa al uso tal y como la conocernos hoy. Es una maravilla arquitectónica bajo tierra con innumerables pasillos y 336 bellísimas columnas de mármol.
En sí parece una catedral subterránea. Lo más curioso son dos bases de columnas talladas con la cabeza de Medusa cuyo origen y motivo se desconocen. Están colocadas de lado y boca abajo para anular los efectos petrificadores de su mirada.
Es hora de hacer un alto. ¿En Estambul? Un té, por supuesto.
El del olfato es un sentido muy particular. Es posible que no lo sepamos, pero los olores están muy ligados a nuestra memoria. Uno de los recuerdos más especiales que te llevarás de Estambul es el del Mercado de las Especias.
Accedemos por una puerta en forma de arco situada junto a Yeni Cami. La mezcla de olores, sonidos y color es espectacular. Recorremos los pasillos lentamente. Los sentidos no nos alcanzan para abarcarlo todo: puestos de deliciosos dulces (baklavas, delicias turcas, etc.), de café, de todos los sabores de té imaginables, queserías, panaderías, tiendas de velas perfumadas y, por supuesto, tiendas especializadas en especias. Bazares con finísima vajilla, teteras, narguile, bandejas labradas, un sinfín de exquisitas piezas de orfebrería para los amantes del menaje...
El perfume de las velas, la fruta, los cafés, los tés y las innumerables especias se transformarán en uno de los recuerdos imborrables y más entrañables de este viaje.
Aunque sabemos que los precios aquí son ligeramente más altos que en otros lugares menos turísticos no nos podemos ir sin hacer unas compras: un surtido de condimentos, un molinillo de pimienta, una caja de baklavas y dos bolsas de té (turco y de manzana) que nos envasan al vacío para poder llevarlas en las maletas sin inconvenientes.
Veníamos con la intención de visitar la Mezquita de Rüstem Paşa, hermosa y poco frecuentada, localizada en medio de las callejuelas del Bazar de las Especias. Caminamos y caminamos, pero no somos capaces de avistar la entrada.
Con miedo de que se nos venga encima la noche antes de llegar a nuestro último destino, desistimos. Próxima parada: Süleimaniye.
Mezquita de Süleimaniye
La Mezquita de Süleimaniye se encuentra en un punto muy alto del casco antiguo. Callejeamos bastante. Un camino cansado con grandes desniveles que incluye una larguísima escalinata de colores.
El templo se trata de la obra maestra de Mimar Sinan en Estambul, considerado el mayor arquitecto del Islam y conocido en Occidente como “el Miguel Ángel turco”. Fue contratado por Süleyman Kanuni (Solimán el Magnífico), el mayor sultán del Imperio Otomano. Es una enorme mezquita blanca con decoración sutil a base de azulejos de Iznik, un mihrab y mimbar de mármol y diseños simples en marfil y nacarado. Para quien no lo sepa, el mihrab es una concavidad horadada en la pared que representa la silueta del Profeta ya que no se le puede pintar ni esculpir; y el mimbar es una especie de púlpito con escaleras, generalmente muy trabajado, donde se sube el imam a dirigir la oración.
Está muy vacío. Es sorprendente que en una de las mezquitas imperiales más conocidas del mundo sólo nos encontremos con una pareja de extranjeros. Quizás el duro camino disuadió al resto.
Nuestro día acaba aquí, sentados en la enorme alfombra roja de la Mezquita de Süleimaniye.
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