17 de Septiembre de 2013
Por fin llega el día. Hoy toca
madrugar. Son las seis de la mañana y ya estamos en pie. Por delante ocho días
en Turquía.
En Barajas
Nuestro vuelo, con la compañía
SwissAir, sale del Aeropuerto de Barajas a las 9:35. Bueno, no, ese era el
plan. Resulta que los fabricantes de relojes por excelencia en este caso no
resultaron muy puntuales. Salimos con retraso hacia Zúrich, donde en teoría
haríamos una escala de dos horas y media.
No tenemos tiempo de conocer el
aeropuerto suizo. Corremos por sus pasillos y sus freeshops con las maletas de
mano en volandas para no perder la conexión. Llegamos por los pelos.
Aterrizamos en Estambul a la
hora prevista, las 16:35. Comienza la odisea. El Aeropuerto Internacional
Atatürk es un hervidero de gente. No se sabe muy bien quién está en qué cola y
para qué cosas. Me imagino que así debió ser la Torre de Babel. Nunca vi tal
cantidad de pasaportes de lugares diferentes. Por la derecha se nos cuela un
japonés, delante nos interpela un grupo de amigos mejicanos, más allá una
familia afgana se apresura a repartirse los pasaportes, a lo lejos los gritos
de una mujer a su marido nos resultan familiares: ¡españoles! Argentinos,
saudíes, estadounidenses, egipcios, iraníes, coreanos, venezolanos, chinos, australianos,
indios…
Tras hacer la cola de los visados
y pagar los 15€ pertinentes (la titular del pasaporte uruguayo no paga nada)
nos disponemos a pasar por aduana. Más de dos horas en una infinita cola serpenteante
que resulta agotadora. Al terminar nos encontramos nuestras maletas, solitarias,
dando vueltas en la cinta. Ahora sí, hacia el metro y a poner rumbo al hotel.
Tras sobrevivir el paso por aduanas
Desde el aeropuerto (estación de
Havalimani) tomamos la línea HM1 hasta Zeytinburnu, donde hacemos un trasbordo
y cogemos el tranvía de la línea TR1. Todos los transportes públicos en
Estambul funcionan con unas fichas llamadas “jetones” que sirven para un único
trayecto: por cada transbordo tienes que meter un jeton. También hay tarjetas
de transporte que funcionan por día pero nosotros no optamos por ellas porque
somos más de recorrer las ciudades a pie.
Comprando jetones para el metro
Nos bajamos en la estación de
Beyazit y nos adentramos calle abajo en Kumkapi, donde hemos reservado el
hotel. Kumpaki, un barrio histórico del centro, lleva años buscando entrar en
las listas del Patrimonio Mundial de UNESCO antes de venirse abajo. Es un
barrio antiguo y sumamente pintoresco, con una riqueza cultural y
arquitectónica importante pero muy pobre. De hecho es el epicentro donde se
aglutina la mayoría de la inmigración ilegal en la capital turca. El ser
declarado patrimonio de la UNESCO ayudaría a su conservación y rehabilitación. Sería
una pena que por falta de medios se perdiera todo lo que tiene por ofrecer.
No resulta fácil pero llegamos
al Tom Square Boutique Hotel en la calle Behram Çavuş. La puerta se encuentra cerrada. Llamamos con
insistencia. Nos abre una recepcionista que no habla absolutamente nada de
inglés y que nos hace señas de que ¡no tenemos ninguna reserva y que el hotel
está completo!
Sorprendida de que tengamos el
resguardo de Booking se pone manos a la obra a buscarnos alojamiento
alternativo. En su ordenador el traductor de Google nos es de muchísima ayuda.
Nos alojan en un apartamento mucho más grande del que habíamos reservado a 50
metros de distancia. Ya tenemos campamento base.
La guía Lonely Planet recomienda
expresamente sólo visitar Kumkapi de día y desde luego no pernoctar. Nos parece
una exageración. Es plena noche y en ningún momento hemos sentido sensación de
inseguridad y eso que nos hemos perdido por sus calles buscando el hotel.
Dejamos las maletas, nos damos
una ducha y salimos a cenar. Lo hacemos a pocos metros, en la Plaza del
Mercado. El ambiente nocturno es fascinante. Montones de restaurantes bien
iluminados con sus terrazas en las aceras, sobre nuestras cabezas, en las
calles, cientos de farolillos de papel de colores. Una legión de camareros
intentando captar clientes. Músicos callejeros, gente cantando sentada a las
mesas, vendedores de fez (típico sombrero otomano) y un riquísimo olor a
comidas a base de pescado. Y es que si por algo es conocido Kumkapi es por ser
el barrio de los pescadores.
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