domingo, 3 de mayo de 2015

BULGARIA EN INVIERNO - Monasterio de Glozhene y Cuevas Prohodna

         9 de Enero de 2015




         Primera sorpresa de la mañana. Queremos salir del hotel y estamos encerrados. No hay recepcionista, no hay nadie en el bar y la puerta está cerrada con llave. Después de dar muchas vueltas y hasta tantear una ventana descubrimos una puerta trasera y podemos escapar.
         Segunda sorpresa de la mañana. La rampa de salida del parking es un bloque de hielo. Tras varios resbalones, algún empujón y la certeza de que al final terminaremos rayándolo contra los muros, conseguimos salir con el coche indemne. Ahora sí, ponemos rumbo al recóndito Monasterio de Glozhene.

Río al fondo del Hotel Fedora


         A pocos kilómetros de Ribaritsa desayunamos en una preciosa mejana unas banitsas y café con leche tipo expreso.
         Siguiendo la carretera 358 rodeando una cadena montañosa conseguimos encontrar el camino que sube al monasterio. La experiencia es increíble, pero dudo que la repitiésemos. Una carretera estrecha, cubierta de nieve, congelada por tramos, que de un lado ofrece una pared escarpada y del otro un precipicio del que no se ve el fondo. Subimos continuamente acelerando porque frenar supone que el coche comience a deslizarse hacia atrás, carretera abajo.



         Con el susto en el cuerpo llegamos para descubrir que la aventura merece la pena.
         El enclave es inmejorable. El monasterio se alza en la cima de la montaña junto a una garganta. Las vistas son espectaculares.

Vistas desde el monasterio


         Construido en piedra y madera en el siglo XIII, es un monasterio ortodoxo sencillo, aunque dentro de la iglesia, como es habitual, nos encontramos con preciosos frescos pintados en paredes y techos. No encontramos un alma, salvo un gato que a la puerta del monasterio sale a recibirnos y nos acompaña durante todo el camino. Recorremos los patios interiores, entramos a la iglesia, no hacemos allí fotografías porque hay un cartel que lo prohíbe a la puerta, pero no hay nadie vigilando. La tienda de suvenirs, con innumerables objetos de regalo y las habituales velas hechas a mano, tiene los precios puestos en cada artículo y una caja con monedas para que tú mismo te cobres. Pensamos en encender alguna vela, puesto que no había ninguna encendida dentro del templo, pero no somos capaces de encontrar ni cerillas de un encendedor. A forma de colaboración compramos un pequeño librito de oraciones y seguimos camino. A la salida el gato nos acompaña hasta el coche.



         Tras un descenso mucho más sencillo nos ponemos camino de Prohodna, el punto más al norte del país que visitaremos.
         La llegada a la zona resulta dificultosa por el estado de la carretera, la peor que recorrimos en todo el viaje. Pero una vez allí lo verdaderamente complicado es encontrar la entrada a las cuevas. Ninguna guía ni blog de viajes menciona estas cuevas. Las encontramos por casualidad en una página de turismo natural de Bulgaria.
         Se encuentran cerca del pueblo de Karlukovo, y aunque allí nos indican (en búlgaro) cómo llegar, no existe ninguna señalización ni nada que haga suponer por dónde se accede a ellas.
         Tercera sorpresa del día: el coche huele como en las bodegas que visitamos en Melnik. Tras comprobar que esa zona no es vitivinícola abrimos el maletero. Oh, sorpresa. El vino que habíamos comprado se ha congelado en la noche anterior y el tapón de una de las botellas ha saltado. Por más que limpiamos y secamos con pañuelos y servilletas de papel devolveremos el coche con olor a vino. ¡Qué pensarán en Enterprice!

Intentando, sin éxito, quitar el olor a vino


         Finalmente, hambrientos y descartando la posibilidad de verlas, paramos a comer en un hotel restaurante que igual que el monasterio parece abandonado. Tenemos que bajar dos pisos siguiendo el sonido de una radio para encontrar a la recepcionista, el cocinero y el camarero sentados a una mesa conversando. Tras confirmarnos que está abierto nos atienden de una forma impecable y nos sirven una comida exquisita. El hotel se recuesta a la montaña utilizando las paredes de la misma como parte de su construcción y decoración. Las vistas son preciosas.

Vistas del Hotel


         Al salir, y por pura casualidad, descubrimos un pequeño cartel en búlgaro que indica el camino a las cuevas. 

Literalmente: "Cuevas Prohodna p'allá"


          Nos ponemos en camino. El recorrido es una mezcla de espinas, alguna subida dificultosa entre rocas, barro y nieve. Durante el camino oímos fuertes ruidos que parecen explosiones o disparos. Pensamos que nos hemos metido en una zona de caza. Tras media hora avistamos la entrada de la cueva.

Entrada a la cueva


         Se trata de una caverna muy amplia, con entrada y salida a cada uno de los lados de la montaña. Es conocida por dos aberturas que tiene en el techo que mantienen la cueva iluminada. A esos agujeros se les llama “los Ojos de Dios”.

Los Ojos de Dios



         Una vez dentro nos damos cuenta que el techo está completamente cubierto de carámbanos, que con el calor de estos días se están derritiendo. En consecuencia, cada pocos minutos cae alguno del techo. Los más grandes producen un ruido infernal que es lo que creímos eran disparos. Hacemos el recorrido con muchísimo cuidado, puesto que algunas de ellas son enormes, y un golpe podría resultar fatal. Mi madre se pasea por el lugar con los guantes de nieve sobre la cabeza, como si pudieran amortiguar tamaño golpe JJ

Fragmento de un carámbano



Mañana volveremos a Sofía y visitaremos, antes de volar a casa
el Museo de arte socialista

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